Planificación arquitectónica
El arquitecto suele comenzar su trabajo una vez que se han definido el emplazamiento, el tipo y el coste del edificio.
El emplazamiento implica las condiciones variables del entorno natural, que deben ajustarse a las necesidades físicas constantes del ser humano; el tipo se refiere a la forma general establecida por la sociedad, que debe adaptarse al uso específico que se requiere para el edificio; y el coste abarca la economía del terreno, la mano de obra y los materiales, que deben adecuarse a un presupuesto concreto.
Así, la planificación es el proceso de concretar y, en última instancia, armonizar las exigencias del entorno, el uso y la economía. Este proceso tiene un valor tanto cultural como funcional, ya que al crear un plan para cualquier actividad social, el arquitecto influye inevitablemente en la forma en que dicha actividad se llevará a cabo.
Planificación del entorno
El entorno natural es, al mismo tiempo, un obstáculo y una ayuda. El arquitecto busca tanto aprovechar sus beneficios como protegerse de sus amenazas. Para que los edificios sean habitables y confortables, debe controlar los efectos del calor, el frío, la luz, el aire, la humedad y la sequedad, además de prever posibles riesgos destructivos como incendios, terremotos, inundaciones o enfermedades.
Los métodos para controlar el entorno que se tratan aquí representan solo el aspecto práctico de la planificación. El arquitecto los integra dentro del marco de los aspectos expresivos. La ubicación y la forma de los edificios en relación con su entorno, la distribución de los espacios interiores y otros recursos de planificación son elementos fundamentales en la estética arquitectónica.
Orientación
La disposición de los ejes de los edificios y de sus partes es una estrategia para controlar los efectos del sol, el viento y la lluvia. El sol sigue un curso regular: favorece las fachadas orientadas al sur y deja en sombra las del norte en el hemisferio norte, por lo que puede aprovecharse para generar calor o evitarse para mantener la frescura, orientando el diseño del edificio hacia él o alejándolo.
Dentro de los edificios, el eje y la posición de cada espacio determinan la cantidad de luz solar que recibe. La orientación también puede controlar el flujo del aire y minimizar los efectos negativos del viento, la lluvia o la nieve, ya que en la mayoría de climas se pueden prever las corrientes predominantes. Además, las características del entorno inmediato influyen en la orientación: los árboles, las formaciones del terreno y otros edificios pueden generar sombra o intensificar el viento, mientras que cuerpos de agua aportan humedad y reflejan la luz solar.